martes, 13 de diciembre de 2011

Krauze. El hereje

Artículo publicado en SDP Noticias

“Papá ¿qué es la historia?” así empieza la obra de March Bloch “Apología para la historia o el oficio de historiador”. Esta pregunta lanzada por su hijo, da pie a este autor excepcional para defender a la Historia tanto de las acusaciones desde fuera de la disciplina que la acusan de género literario como de los reproches provenientes de unas ciencias sociales durkheimianas. Según Bloch, mientras unos pecan de no conocer bien los entresijos del oficio, los otros cometerían un error al pretender aplicar su superficial modelo de ciencia basado en la capacidad de producir generales”

La historia no tiene una nomenclatura propia, como la medicina o la ingeniería, no es una ciencia pura ni exacta, por tanto es un saber en construcción; es decir, está sujeta a los cambios del tiempo y toda obra realizada en el contexto de esta disciplina, debe ser sujeta a lo que Bloch, ejemplo máximo de responsabilidad social, llamó duda exterminadora. Es imposible poseer la verdad absoluta. 

En ese orden de ideas, la historia  no es una disciplina exenta de los juegos de poder que denunció Bourdieu que están presentes en cada uno de los cotos académicos anquilosados que pretenden secuestrar la verdad histórica. No existe tal cosa. 

Sin embargo, las comunidades académicas de todos los campos de conocimiento padecen los esfuerzos de quienes pretenden reconocerse entre ellos como poseedores de los verdaderos saberes que definen, como si eso pudiera lograrse, determinada disciplina.

Lo sabe Sergio Aguayo, quien denunció en un artículo “SNI: Luz y sombra[i] el hostigamiento y castigo que reciben aquellos investigadores que no comulgan con los intereses del gremio o que por alguna razón han hecho o dicho algo que ha ofendido a las vacas sagradas del escenario académico.

Lo supieron los ganadores del nobel de medicina en 2005, Barry Marshall y Robin Warren al enfrentar a la anquilosada comunidad académica australiana que cerró filas en contra de quienes tuvieron la osadía de afirmar que podían existir microorganismos en el estómago.

Lo sabe el ex presidente Carlos Salinas de Gortari cuando señala a Enrique Krauze como un intelectual ad hoc al poder en turno y sostiene:  

“Los trabajos de uno de estos intelectuales Enrique Krauze, carecen del más elemental esfuerzo de investigación, no suele acudir a fuentes primaria, no coteja su información con un método analítico, ni intenta establecer razonamientos objetivos; qué vergüenza, así quiere contribuir a que las nuevas generaciones comprendan mejor la historia, en realidad la están emborronando y polarizando el debate”. 

Más allá de la pertinente pregunta de si usted, estimado lector, le cree o no al ex presidente más infame en la historia moderna de nuestro país, una de las preguntas nodales es el interés demostrado en las cuatro páginas que dedica en su último ¿texto? “¿Qué hacer? La alternativa ciudadana” a denostar a uno de los mejores historiadores de México, a la altura de los mejores del mundo y quien también ha denunciado los juegos de poder que Bourdieu primero y Foucault después han analizado, respecto de los cotos de dominio y manipulación en los que se han convertido algunas comunidades científicas y académicas que dicen privilegiar la construcción de conocimiento antes que sus ambiciones personales, por legítimas que estas sean.

Octavio Paz, el primer hereje


La historia demuestra que la lucha de la denominada “izquierda mexicana” ha sido primero en contra de ellos mismos. De ahí que las incongruencias y los francos extravíos hayan sido señalados antes que Krauze, por Octavio Paz. 

A pesar de haber renunciado al puesto de embajador de México en la india por la matanza del 2 de octubre del 68´ y de su incansable lucha en varios frentes a favor de la izquierda mexicana, tuvo la osadía de diferir en determinado momento  con cierta facción, lo que ha costado que aún hoy en día, Paz sea objeto de vilipendios, calumnias y descrédito.  

Krauze, el segundo hereje, no es la excepción. 

En México, como dice Jorge Castañeda en su nuevo libro “Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos”, no estamos acostumbrados a diferir respetuosamente, sino a pensar que detrás de toda opinión contraria a nuestra ideología, hay un plan para acabar con el enemigo (el adversario es otra cosa). 

Las descalificaciones ad hominen, envilecen el debate, lo empobrecen y lo degradan de tal manera que es imposible considerar siquiera la forma ya no de coincidir, sino de dialogar. 

“Judío”, “cristiano”, ”soberbio”, “polaco”, son todos adjetivos utilizados peyorativamente para denostar a un intelectual con el cual, estimado lector, podemos o no coincidir, pero es en el terreno de las ideas donde se deben dirimir las diferencias. Así no. 

Enrique Krauze ha extendido la mano desde siempre y, efectivamente, ésta ha sido escupida por quienes hacen de la diatriba y el insulto  una forma de discurso válido para quienes no desean más reflexión que la palabra de aquellos a quienes considera figuras de autoridad, en lo moral, lo espiritual y lo material.  

Hasta donde sabemos, estimado lector, la mano del historiador sigue firme, en franca espera de diálogo constructivo. Justo es decir, además, que su narrativa de reconciliación, paz y amor no se circunscribe a la lógica electoral. 

Intelectuales, escritores y opinadores profesionales 

¿Cuál es la diferencia entre un intelectual y un escritor? Una obvia es que los intelectuales tienen ideas, los escritores, ocurrencias, por eso cada vez que algún literato emite una opinión, esta debe ser tomada con las reservas del caso. No son eruditos. 

Es así como el tema del escritor Fernando Vallejo ilustra el punto antes mencionado. El escritor de “La Virgen de los Sicarios” no es un experto en mass media, en política o en materia alguna, sin embargo, posee la sensibilidad suficiente para construir una realidad en papel que frecuentemente trasciende a lo que acontece en la vida diaria de las personas.  

Los escritores no explican la realidad, la describen. Nadie, por ende, les exige congruencia. Palabra clave. 

Ante la postura de Vallejo respecto al país que le hizo el honor de adoptarlo como hijo y  no al revés, hubiera sido congruente que en 2007 rechazara la carta de naturalización de manos de aquel que “no es nadie” (¿?) y también eligiera no recibir el premio FIL de literatura en lenguas romances. 

Niezsche le llama “guerra de interpretaciones” al esfuerzo de cada quien por hacer valer su propia visión de determinado tema. Hay quien, en un esfuerzo por enmarcar a Vallejo en el discurso que defiende, piensa que cuando éste hace un llamado a no votar, significa que los políticos son mentirosos y manipuladores y es cierto. En ese orden de ideas, no se salva ninguno, porque todos pretenden administrar al Leviatán, no acotarlo.  

La inconsciencia demostrada por el escritor al invitar al ciudadano mexicano a no votar, no puede ser siquiera considerada, porque la historia demuestra que esto es una clara iniciativa a favor de aquel partido político capaz de utilizar eficientemente la maquinaria electoral que posee. 

Por otro lado, el ciudadano mexicano tiene derecho a admirar el discurso de Vallejo y a seguir incluso su ocurrencia, pero al hacerlo debe saber que no votar significa el regreso del PRI a los Pinos. 

El tema es pertinente, porque un fenómeno curioso se ha despertado alrededor de este escritor, al advertir que México tiene sobre sí la amenaza de “un chavecito”, así tal cual, sin argumentos, sin razones, utilizando discretamente su respetable opinión personal. ¿A quién se refiere Vallejo?  

En ese orden de ideas, somos una sociedad sin opinión pública, saturada de opinadores públicos y medios que no privilegian la investigación, sino la ideología, la tendencia y el rating. Por ello, cuando los escritores describen la realidad, ésta parece cobrar sentido. 

Sin embargo, creer que un escritor, periodista o poeta es un intelectual, equivale a pensar que el chicharito sería un buen presidente. Lo cual no quiere decir que no existan intelectuales que a su vez sean poetas, como Sicilia, o historiadores, como Krauze. Pero no al revés.

¿Qué opina usted, estimado lector?


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