Ni siquiera se
puede llamar “chiste” a la franca imbecilidad que profirió el payaso
“Platanito”. No hay tal.
Sin embargo, el
caso del “humorista”, debe ser analizado a la luz de las lecciones que brinda,
más allá de la aberrante burla que hizo del dolor de un caso que toca a toda la
sociedad mexicana de una u otra forma.
Y lo tenemos que
hacer así, analizando el hecho particular y específico, a la luz de sus
aristas, porque finalmente somos nosotros, los ciudadanos, quienes asumimos la
responsabilidad de juzgar los límites de lo permitido, lo criticable y lo
censurable, en aras de poder seguir conviviendo como especie humana.
¿Es la censura el
remedio para que en México se deje de lucrar con el dolor en forma de burla, de
discurso, de plataforma política, de medio de información, de profesional de la
comunicación?
Y si este fuera
el camino ¿qué otras áreas serían susceptibles de ser monitoreadas por el gran
hermano Orwelliano en pro de salvaguardar a la sociedad de aquellos que lastiman
,vulneran y usufructúan su sensibilidad? Veamos pues.
El castre
Debería existir
un estudio antropológico acerca de este fenómeno exclusivamente mexicano: “el
castre”. Verdaderas aberraciones se dicen “en broma” con el único fin de
demostrar que se tiene el potencial de ser más vil que el contrario. No hay
árbol genealógico que permanezca intacto en aras de molestar o hacer sentir mal
al “amigo”. De hecho, ese es el fin: que le duela, que se avergüence, que lo
sienta y que reconozca que el ofensor es más canalla que él.
En ese orden de
ideas, no hay límites para la cantidad de barbaridades que los castrosos son
capaces de proferir en aras de lograr su cometido. Maquiavelo estaría
orgulloso.
¿Qué necesitan
los “castrosos”? Un espejo, evidentemente. Espejo que brinda el asunto de la
“broma” que hizo el payaso acerca de un tema delicadísimo y atemporal: los
bebés de la guardería ABC, la impunidad detrás del caso y el indescriptible dolor
de los involucrados en la tragedia.
Y en este
contexto socio-cultural, se desarrollan las redes sociales, los medios de
comunicación y la política en México.
La doble moral
En muy común
observar en twitter, señalamientos que hacen referencia a la raza de las
personas, a las preferencias sexuales, a los discapacitados, a los diferentes.
¿Qué hacer en twitter con un usuario que demuestra tal comportamiento? Se
aplica el necesario unfollow. Sin más ni más.
Es en esta red
social, donde algunos promueven el “poder ciudadano” desde su muy particular
punto de vista. En el caso del #GentlemanDeLasLomas, algunos usuarios dieron a
conocer su indignación a través de hacer escarnio del origen judío del iracundo
sujeto. ¿Y los demás miembros de la comunidad judía? ¿Y sus hijos? ¿Y la
vergüenza que algunos de ellos sentían por el miembro de su comunidad? Eso
jamás importó, en el contexto de “hacer justicia” cometiendo otra igual de vil.
Hasta donde
sabemos, ningún tuitero fue censurado por el asunto, en forma y fondo tan
reprobable como el que más.
Por deleznable
que sea el comportamiento de un usuario, nadie puede negarle el derecho a
seguir siendo infame. Esa es una libertad constitucional. Evidentemente, todo
tiene un límite. Hay límites éticos, morales y legales.
Grosso modo, ¿cuándo
sabemos que hemos traspasado un límite? Cuando terminan mis derechos y
comienzan los de los demás. ¿Y cómo puedo darme cuenta que estoy traspasando un
límite? Utilizando algunos valores que no son muy comunes hoy en día: la
sensibilidad y la empatía.
Y dale…
Lo mismo aplica
para periodistas y medios de comunicación. Fue verdaderamente surrealista ver a
algunos comunicadores señalar con dedo flamígero la aberración cometida por el
payaso, pasando por alto que con todas sus inconsistencias, éste es un payaso,
un personaje, por vil que sea. Por el contrario los demás son “profesionales de
la comunicación” que se escudan en la objetividad y la “trayectoria” para
lanzar verdaderas infamias desde su posicionalidad y superficie de inscripción.
Sin embargo,
nadie piensa en censurarlos. Por el contrario, son medios de comunicación y
comunicadores necesarios para que en México podamos decir que hay “libertad de
expresión”. Lo que sea que eso signifique hoy en día.
¿Y qué decir de
los políticos? Pues de ellos, mejor ni hablar. Son, de hecho, una broma en sí
mismos. Con una falta de sensibilidad a la altura del “chiste” del payaso, el
señor Juan Molinar Horcasitas, se atrevió a señalar, con esa doble moral digna
de la nausea sartreana, la “falta” en la que había caído el personaje.
Ante semejante
cuadro de inconsistencias, contradicciones y franca ignominia, la sociedad
civil debe reaccionar, pero debe saber cómo hacerlo. No todos los casos son
iguales, por eso el tema de “el chiste” del payaso debe asumirse con todas las
particularidades del mismo.
Nadie en su sano
juicio quisiera estar hoy en el lugar del “cómico”. Lo menos que pudo hacer –y
ya lo hizo- fue ofrecer una disculpa por su dislate. Los que deben juzgar si la
aceptan o no, son los agraviados y ellos ya establecieron su postura.
Como madre de dos
nenas, no puedo ni siquiera alcanzar a dimensionar el horror que vivieron los
padres de los bebés y su justa indignación por la franca estupidez de este
“comediante”, pero la censura no es el camino, la reprobación unánime y la
crítica por su despreciable forma de abordar el “humor”, sí lo es. Eso es un
hecho.
¿Usted qué opina,
estimado lector?
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