lunes, 20 de febrero de 2012

Censura y doble moral


Ni siquiera se puede llamar “chiste” a la franca imbecilidad que profirió el payaso “Platanito”. No hay tal.

Sin embargo, el caso del “humorista”, debe ser analizado a la luz de las lecciones que brinda, más allá de la aberrante burla que hizo del dolor de un caso que toca a toda la sociedad mexicana de una u otra forma.

Y lo tenemos que hacer así, analizando el hecho particular y específico, a la luz de sus aristas, porque finalmente somos nosotros, los ciudadanos, quienes asumimos la responsabilidad de juzgar los límites de lo permitido, lo criticable y lo censurable, en aras de poder seguir conviviendo como especie humana.

¿Es la censura el remedio para que en México se deje de lucrar con el dolor en forma de burla, de discurso, de plataforma política, de medio de información, de profesional de la comunicación?

Y si este fuera el camino ¿qué otras áreas serían susceptibles de ser monitoreadas por el gran hermano Orwelliano en pro de salvaguardar a la sociedad de aquellos que lastiman ,vulneran y usufructúan su sensibilidad? Veamos pues.

El castre

Debería existir un estudio antropológico acerca de este fenómeno exclusivamente mexicano: “el castre”. Verdaderas aberraciones se dicen “en broma” con el único fin de demostrar que se tiene el potencial de ser más vil que el contrario. No hay árbol genealógico que permanezca intacto en aras de molestar o hacer sentir mal al “amigo”. De hecho, ese es el fin: que le duela, que se avergüence, que lo sienta y que reconozca que el ofensor es más canalla que él. 

En ese orden de ideas, no hay límites para la cantidad de barbaridades que los castrosos son capaces de proferir en aras de lograr su cometido. Maquiavelo estaría orgulloso.

¿Qué necesitan los “castrosos”? Un espejo, evidentemente. Espejo que brinda el asunto de la “broma” que hizo el payaso acerca de un tema delicadísimo y atemporal: los bebés de la guardería ABC, la impunidad detrás del caso y el indescriptible dolor de los involucrados en la tragedia.

Y en este contexto socio-cultural, se desarrollan las redes sociales, los medios de comunicación y la política en México.

La doble moral

En muy común observar en twitter, señalamientos que hacen referencia a la raza de las personas, a las preferencias sexuales, a los discapacitados, a los diferentes. ¿Qué hacer en twitter con un usuario que demuestra tal comportamiento? Se aplica el necesario unfollow. Sin más ni más.

Es en esta red social, donde algunos promueven el “poder ciudadano” desde su muy particular punto de vista. En el caso del #GentlemanDeLasLomas, algunos usuarios dieron a conocer su indignación a través de hacer escarnio del origen judío del iracundo sujeto. ¿Y los demás miembros de la comunidad judía? ¿Y sus hijos? ¿Y la vergüenza que algunos de ellos sentían por el miembro de su comunidad? Eso jamás importó, en el contexto de “hacer justicia” cometiendo otra igual de vil.

Hasta donde sabemos, ningún tuitero fue censurado por el asunto, en forma y fondo tan reprobable como el que más.

Por deleznable que sea el comportamiento de un usuario, nadie puede negarle el derecho a seguir siendo infame. Esa es una libertad constitucional. Evidentemente, todo tiene un límite. Hay límites éticos, morales y legales.

Grosso modo, ¿cuándo sabemos que hemos traspasado un límite? Cuando terminan mis derechos y comienzan los de los demás. ¿Y cómo puedo darme cuenta que estoy traspasando un límite? Utilizando algunos valores que no son muy comunes hoy en día: la sensibilidad y la empatía.

Y dale…

Lo mismo aplica para periodistas y medios de comunicación. Fue verdaderamente surrealista ver a algunos comunicadores señalar con dedo flamígero la aberración cometida por el payaso, pasando por alto que con todas sus inconsistencias, éste es un payaso, un personaje, por vil que sea. Por el contrario los demás son “profesionales de la comunicación” que se escudan en la objetividad y la “trayectoria” para lanzar verdaderas infamias desde su posicionalidad y superficie de inscripción.

Sin embargo, nadie piensa en censurarlos. Por el contrario, son medios de comunicación y comunicadores necesarios para que en México podamos decir que hay “libertad de expresión”. Lo que sea que eso signifique hoy en día.

¿Y qué decir de los políticos? Pues de ellos, mejor ni hablar. Son, de hecho, una broma en sí mismos. Con una falta de sensibilidad a la altura del “chiste” del payaso, el señor Juan Molinar Horcasitas, se atrevió a señalar, con esa doble moral digna de la nausea sartreana, la “falta” en la que había caído el personaje.



Ante semejante cuadro de inconsistencias, contradicciones y franca ignominia, la sociedad civil debe reaccionar, pero debe saber cómo hacerlo. No todos los casos son iguales, por eso el tema de “el chiste” del payaso debe asumirse con todas las particularidades del mismo.

Nadie en su sano juicio quisiera estar hoy en el lugar del “cómico”. Lo menos que pudo hacer –y ya lo hizo- fue ofrecer una disculpa por su dislate. Los que deben juzgar si la aceptan o no, son los agraviados y ellos ya establecieron su postura.

Como madre de dos nenas, no puedo ni siquiera alcanzar a dimensionar el horror que vivieron los padres de los bebés y su justa indignación por la franca estupidez de este “comediante”, pero la censura no es el camino, la reprobación unánime y la crítica por su despreciable forma de abordar el “humor”, sí lo es. Eso es un hecho.

¿Usted qué opina, estimado lector?






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