lunes, 20 de febrero de 2012

El frasco de pastillas


Hay quien afirma que en todo hogar posmoderno, existe por lo menos un libro de autoayuda. Algunos de ellos prometen, desde el título, que al finalizar la lectura, usted encontrará  “el sentido de la vida”. Otros, reducen a una “ecuación de la felicidad” (tener algo que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar) todo lo que tiene que hacer para sentirse realizado. Los menos (más modestos, eso si)  piden “vuela hacia tu libertad”, aprende a ser “un alquimista” o recorre innumerables rutas espirituales (previamente abordadas por el autor) para alcanzar la realización como ser humano y lograr la felicidad .El atractivo está en que leyendo unas cuantas páginas, la promesa puede ser alcanzada.
Si un libro light puede ser eficaz resolviendo cualquier problema (existencial o no), no hay duda de que en estos tiempos, el frasco de pastillas es más útil aún. Cualquier malestar (no importa cuál sea el origen) puede ser resuelto en la marca y la dosis de pastilla recomendada por el doctor, homeópata, naturista, yerbero, programa de televisión, amiga, tía , etcétera.
 Para enfrentar al dolor, también se asumen posturas. Me viene a la mente la respuesta de la madre Teresa de Calcuta ante la inquietud del reportero cuando observa que la religiosa no le daba ningún “sedante” a la gente que, postrada en uno de sus hospitales, “parecía que estaba sufriendo”. Ella contestó que el sufrimiento era, precisamente, una forma de afrontar la enfermedad, propia de la gente de Calcuta. El reportero inglés no entendió.
 “¿Para qué sufrir si tengo un frasco de pastillas?, ¿No es obvio?” pareciera ser la respuesta de aquellos que se ven amenazados ante la cuestión ineludible: “¿por qué tomas tantas pastillas y/o a toda hora y/o por cualquier motivo?”. Es mejor una pastilla que contestar preguntas, cuestionarme o resolver el origen de la molestia.
La razón es que todo cede ante el frasco de pastillas. No hay enemigo digno a vencer “¿No tuviste una erección?” “¿No puedes dormir?”, “¿Estás gordo(a)?”, “¿No te puedes concentrar?”, “¿Te duele la cabeza?”…la lista de preguntas es interminable, pero la respuesta no: “toma una pastilla”. 
Vea usted la cantidad de infomerciales que a altas horas de la madrugada consiguen llamar la atención del insomne que decide que la TV es una buena estrategia para conciliar el sueño. De repente, está convencido de que ese Té milagroso, le ayudará a perder los kilos que ganó en la temporada navideña.
Hace apenas dos años, la cofepris[i] (Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios) revisa el reglamento que pretende ordenar la publicidad de los productos llamados milagro para evitar que se continúe engañando a la población.
Sin embargo,  se pasa por alto que para que el engaño exista deben existir dos condiciones: el sujeto que miente y el sujeto que quiere creer. El problema no son exactamente los productos milagro. Éstos son sólo el síntoma de una enfermedad existencial hija de las políticas neoliberales que privilegia el tener antes que el ser , la forma antes que el fondo y la cultura del menor esfuerzo, donde todo lo bueno aparece por arte de magia y esforzarse es cosa de tontos. Lo demás es lo de menos.
¿Usted qué opina, estimado lector?

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