Hay
quien afirma que en todo hogar posmoderno, existe por lo menos un libro de
autoayuda. Algunos de ellos prometen, desde el título, que al finalizar la
lectura, usted encontrará “el sentido de
la vida”. Otros, reducen a una “ecuación de la felicidad” (tener algo que
hacer, alguien a quien amar y algo que esperar) todo lo que tiene que hacer
para sentirse realizado. Los menos (más modestos, eso si) piden “vuela hacia tu libertad”, aprende a
ser “un alquimista” o recorre innumerables rutas espirituales (previamente
abordadas por el autor) para alcanzar la realización como ser humano y lograr
la felicidad .El atractivo está en que leyendo unas cuantas páginas, la promesa
puede ser alcanzada.
Si
un libro light puede ser eficaz resolviendo cualquier problema (existencial o
no), no hay duda de que en estos tiempos, el frasco de pastillas es más útil
aún. Cualquier malestar (no importa cuál sea el origen) puede ser resuelto en
la marca y la dosis de pastilla recomendada por el doctor, homeópata,
naturista, yerbero, programa de televisión, amiga, tía , etcétera.
Para enfrentar al dolor, también se asumen
posturas. Me viene a la mente la respuesta de la madre Teresa de Calcuta ante
la inquietud del reportero cuando observa que la religiosa no le daba ningún
“sedante” a la gente que, postrada en uno de sus hospitales, “parecía que
estaba sufriendo”. Ella contestó que el sufrimiento era, precisamente, una
forma de afrontar la enfermedad, propia de la gente de Calcuta. El reportero
inglés no entendió.
“¿Para qué sufrir si tengo un frasco de
pastillas?, ¿No es obvio?” pareciera ser la respuesta de aquellos que se ven
amenazados ante la cuestión ineludible: “¿por qué tomas tantas pastillas y/o a
toda hora y/o por cualquier motivo?”. Es mejor una pastilla que contestar
preguntas, cuestionarme o resolver el origen de la molestia.
La razón es que todo
cede ante el frasco de pastillas.
No hay enemigo digno a vencer “¿No tuviste una erección?” “¿No puedes dormir?”,
“¿Estás gordo(a)?”, “¿No te puedes concentrar?”, “¿Te duele la cabeza?”…la
lista de preguntas es interminable, pero la respuesta no: “toma una pastilla”.
Vea
usted la cantidad de infomerciales que a altas horas de la madrugada consiguen
llamar la atención del insomne que decide que la TV es una buena estrategia
para conciliar el sueño. De repente, está convencido de que ese Té milagroso,
le ayudará a perder los kilos que ganó en la temporada navideña.
Hace
apenas dos años, la cofepris[i]
(Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios) revisa el
reglamento que pretende ordenar la publicidad de los productos llamados milagro para evitar que se
continúe engañando a la población.
Sin
embargo, se pasa por alto que para que
el engaño exista deben existir dos condiciones: el sujeto que miente y el
sujeto que quiere creer. El problema no son exactamente los productos milagro.
Éstos son sólo el síntoma de una enfermedad existencial hija de las políticas
neoliberales que privilegia el tener antes que el ser , la forma antes que el
fondo y la cultura del menor esfuerzo, donde todo lo bueno aparece por arte de
magia y esforzarse es cosa de tontos. Lo demás es lo de menos.
¿Usted qué opina, estimado lector?
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