miércoles, 26 de octubre de 2011

RENUNCIA A LA RAZÓN

ARTÍCULO PUBLICADO EN SDP NOTICIAS


Lena ha decidido renunciar a la razón. Prefiere ser un barco a la deriva que un títere en manos de aquellos que dicen poseer LA verdad, porque justamente, han secuestrado a la razón.

 La paradoja de la sinrazón

A Lena, la sinrazón la ha hecho libre, sin ataduras, sin prejuicios, sin temores. Ella es valiente: construye su propio entendimiento y lo articula con las lecturas atemporales que le fascinan desde que, como la Matilda de Roald Dahl, fue consciente de la magia y el poder de los libros.

Lena aprendió en la escuela que “(…) si el hombre renuncia a la razón, se queda sin defensas contra los absurdos más monstruosos y, como un barco sin timón, a merced de todos los vientos. En esas personas, la credulidad que llaman fe arrebata el timón a la razón y su mente naufraga(…)”

Sin embargo, conforme ella crecía, llegó a la conclusión (obvia, hoy dia) que la escuela no siempre tiene la razón, porque como sofista doctrinaria, la escuela pública proclama el laicismo sin darse cuenta de que eso que niega es precisamente lo que le da razón de ser al término y que la obsesión laicista es tan perjudicial como el fundamentalismo religioso. El ser humano, entendió Lena, tiene una tendencia natural a dividir y fragmentar, más que a unir y construír.

La ciencia

Lena aprendió que aquellos que proclaman que la razón, sirve para librarse de los dogmas, pasan por alto que existen dogmas por doquier: en el científico que no se despega del método y en el socialista que ve en el comunismo la forma de llegar a la perfección. Dependiendo de quién la tenga secuestrada, la razón articulará  los argumentos que justificarán matanzas, improperios, invasiones y cualquier barbaridad propia de la mente humana, en contra de tirios y troyanos. Ambos bandos creerán tener La verdad de su lado.

La ciencia australiana

La razón ha sido utilizada a través de la historia como un instrumento de manipulación y control. Se ha transmitido de generación en generación a través de lo que la sabiduría popular ha bautizado como “sentido común” que, según Einstein es el conjunto de prejuicios acumulados a través de los siglos”, aunque ya Abraham Lincoln había sentenciado que “el gran problema para la reforma o la transformación es la tiranía del sentido común”.

Un dia, Lena leyó en el periódico que los científicos australianos Barry J. Marshall y J. Robin Warren habían recibido el premio nobel de medicina 2005, por su descubrimiento de la bacteria Helicobacter Pylori, que origina la gastritis y la úlcera estomacal. Lo anterior no sería relevante si estos científicos no hubieran descubierto este hecho veinte años antes de haber recibido el nobel.

Antes, tuvieron que luchar contra el propio gremio de “científicos” australianos que ya habían dictado sentencia: “el estómago es un medio tan hostil por los ácidos que produce, que es imposible que un microorganismo pueda sobrevivir allí. Equivale a enviar a un ser humano a Marte. Simplemente no sobreviviría, así es que no puede ser”. Marshall y Warren retaron la razón científica que promovían aquellos que seguían rigurosamente “el método”. Evidentemente, la comunidad científica australiana de ese entonces, no buscaba la razón que produce conocimiento, sino la razón que certifica y reconoce a unos con otros, haciendo un círculo cerrado de “intelectuales”, “científicos” y “expertos”, virtualmente prohibido para los neófitos.

Como a todos los que renuncian a “La razón” Warren y Marshall fueron difamados, humillados y vilipendiados públicamente. A ambos, sus colegas les destrozaron la vida y tuvieron que salir de su natal Australia para poder seguir con sus experimentos y aún esto fue difícil porque ninguna institución se arriesgaba a contratar a dos “locos”. El corazón de Lena se hincha de felicidad: en el caso de ellos, por lo menos el Nobel les hizo justicia.

Lena reflexiona y se pregunta si “La razón” no es cuestión de números, porque parece ser que mientras más personas avalen un hecho, personaje o institución, automáticamente tiene “La verdad” de su lado, sin embargo, su esperanza está en Gandhi: “una necedad, por más que la repitan millones de personas, siempre será una necedad”

La loca

La última vez que cuestionaron a Lena fue por escribir en un medio donde cualquier persona podía hacerlo, sin restricciones, sin filtros, sin “academia”. Para algunos, ese tipo de medios no tienen valor, porque la razón (su razón) no está presente; sin embargo, Lena tiene una mirada diferente del asunto: este medio representa la oportunidad de realizar su pasión: escribir y compartir con otros lo que está en su corazón y en su mente. Por alguna extraña razón, no puede dejar de escribir. Sus manos cobran vida en el teclado y se siente afortunada y agradecida por poder realizar su sueño.

Bien mirado el asunto, Nietzsche tiene la culpa. Ella siempre había creído en Descartes, pero cuando comprendió que Dios había muerto y que ella lo había asesinado, el remordimiento la hizo renunciar a la razón J

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